

Roger Koza analiza una nueva (¿y última?) entrega de la fabulosa saga, a casi 25 años de su primera aparición. Cómo renovar en un film la nobleza de los juguetes y sus recuerdos, la amistad y nuevos personajes, tan queribles como el mismísimo Woody.
Muchas cosas pasaron de aquel lejano 1995 a la actualidad. Aquel fue, en tiempos de reelección menemista en nuestro país, el año de lanzamiento de Toy Story, dirigida por John Lasseter.
Lasseter es hoy productor de la cuarta parte de la saga, estrenada bajo la dirección de Josh Cooley, y siendo un éxito desde su mismo punto de partida. No en vano terminó siendo el film que más tickets cortó en la historia de las salas argentas.
El crítico internacional de cine, Roger Koza, divagó por los cines cordobeses hasta poder apreciar la película, producida por Pixar y lanzada por Disney.
Personajes arquetípicos y entrañables, que celebran la amistad construyen en buena parte el reconocimiento de un film, que en su cuarta entrega reitera su idea central, con un cuarto de siglo de diferencia con su puntapié inicial.
Para Koza, “los juguetes son signos o formas de exteriorización respecto a cómo se forman los recuerdos”, y significan, en suma, “la condensación en ese objeto de un recuerdo de la infancia”.
Allí uno de los puntos fuertes de la película.
La inscripción de necesarios nuevos personajes, con cualidades propias, termina siendo otro punto a favor, por su carácter de “queribles” más allá de los roles.
Koza es contundente: “Toy Story entiende la tradición, es muy autoconsciente de su universo referencial, y aquí lo vuelve a explotar”.