

Un thriller de Lee no es exactamente un thriller, incluso si existe un crimen, una progresión dramática de la trama y los característicos móviles que pueden llevar a un personaje a sentir rabia y actuar en consecuencia.
Lo que sucede entre un joven sin ningún privilegio material que desea ser escritor, una joven a la que encuentra de casualidad y dice ser una vieja amiga de la adolescencia y un joven muy rico que glosa la subjetividad capitalista contemporánea en Corea es suficiente para establecer las tensiones requeridas de un thriller canónico.
Pero Lee impone su propia perspectiva, y lo que se plasma es un típico universo suyo, donde el orden del mundo es inestable, las diferencias de clase pesan y una ansiedad filosófica permea el relato.
Y todo eso no se dice: se muestra. Un plano en profundidad de campo de un departamento lujoso permite sentir la suntuosidad, el recuerdo infantil de un incendio (o una inadvertida secuencia onírica) el desamparo y la mirada de un hombre a otro antes de morir la contingencia de toda vida; así se constituye el discurso material del film, el cual evidencia el pulso seguro de un maestro.
Por: Roger Koza, crítico internacional de cine