Para Leer
«El arte de la ficción», de James Salter, en la visión de Eugenia Almeida
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«El arte de la ficción», de James Salter, en la visión de Eugenia Almeida

Para muchos de nosotros hay un encanto especial en los libros que despliegan algo de la trastienda de la escritura. Las preguntas que hacen al oficio, los dilemas, el material con el que se trabaja.

Dentro de ese campo se inscribe «El arte de la ficción», de James Salter. Un libro breve que recopila tres conferencias que el autor dictó en 2014, a sus 89 años, en la Universidad de Virginia.

Salter nació en Nueva York en 1925. Estudió ingeniería en West Point y a los veinte años ingresó en las Fuerzas Armadas para ser piloto. Participó en la Guerra de Corea y estuvo en servicio doce años, hasta que renunció a su cargo de oficial. Trabajó como guionista, librero y vendedor de calendarios.

En «El arte de la ficción», el autor norteamericano se muestra como escritor pero también como lector. Un lector curioso y apasionado. Ese entusiasmo se contagia y evidencia lo que dice Antonio Muñoz Molina en el prólogo: Salter es un verdadero maestro, alguien que «muestra la incertidumbre y el deleite de ir aprendiendo, no la soberbia de saber».

Con referencias a Flaubert, Duras, Faulkner, Bellow, Nabokov, Hemingway, Joan Didion, Willa Cather, Harper Lee, Capote y muchos más, Salter traza un mapa de lecturas del que irá desglosando reflexiones sobre la escritura.

Aquí aparece Balzac abriendo el camino a incluir en la literatura los «detalles de la vida cotidiana». También Babel, el gran autor ruso que fue encarcelado, condenado a muerte y ejecutado en 1940 por la NKVD. Hay una escritora que se tatúa en el el dedo anular una palabra de una novela que la conmovió. Y Celine, con su costumbre de colgar en la soga de la ropa los capítulos del libro que estaba escribiendo.

Salter recupera la lectura por puro placer. Y, junto a ese placer, la pena por la imposibilidad de leerlo todo. «Los libros son contraseñas», dirá. Nos llevan a crear lazos con sus autores pero también con otros lectores. Salter habla del oficio y dice que «ser escritor es estar condenado a corregir». Correr siempre atrás de aquello que se desea lograr y aún no se ha alcanzado. Lo que más admira es la capacidad de «observar muy de cerca». «Los detalles son todo», dice.

Aquí se habla de la construcción de una trama, de la dificultad que acecha en el primer párrafo, de por qué escribir, de cómo surgen los personajes y del momento en que el libro que uno está escribiendo «se convierte en tu único compañero».

Pero hay también un registro más íntimo: los celos, los intentos fallidos, las críticas, el desánimo. Cómo fueron sus inicios. El boceto de una de sus novelas dibujado en la zona en blanco de un mapa que llevaba en su avión. El tiempo de escritura, a solas, cuando su mujer y sus hijas dormían. El día en que en una vidriera vio la tapa de un libro con el nombre de un antiguo compañero de estudios. El volver a casa con ese libro en sus manos, recuperando el recuerdo de aquel compañero llamado Jack Kerouac.

«La lengua lo sostiene y lo contiene todo», dice Salter.

Alguna vez uno de sus colegas lo llamó el «maestro de la frase perfecta».*