

Eugenia Almeida escribe, a propósito de cómo una conferencia para niños menores de diez años se hizo libro. La pertenencia a una lengua.
El 10 de abril de 2010 la filósofa francesa Barbara Cassin dicta una conferencia en Montreuil. El público no es el habitual: se trata de niños que tienen alrededor de diez años. ¿Cómo compartir con ellos parte de las preguntas que se ha hecho a lo largo de su vida? Hablando como hablan los pensadores que más necesitamos: con profundidad y claridad.
Cassin les cuenta porqué cree que es indispensable hablar más de una lengua. Les dice que haciendo eso van a evitar una ilusión generalizada y muy peligrosa: creer que la propia lengua es la única o, por lo menos, la “verdadera”. Les dice que no es cierto que nuestra lengua nos pertenezca. Que es más bien es al revés: nosotros pertenecemos a la lengua. Eso quiere decir que vemos el mundo de cierta manera. Y que esa manera está marcada por nuestra lengua. La conclusión es sencilla: a más lenguas, más modos de ver el mundo.
Les cuenta lo que decían los románticos alemanes del Siglo XIX: “Una lengua es como una red que se arroja al mundo y, de acuerdo con las mallas de la red, con el lugar donde se la arroja, la manera de arrojarla y de levantarla, recoge diferentes peces. Una lengua es lo que trae ciertos peces, un cierto tipo de mundo”
Esa conferencia –junto a las preguntas y respuestas que se dieron después– tomó forma de libro. Y es quizás uno de los libros más preciosos para reflexionar sobre las lenguas y el lenguaje. Se llama “Más de una lengua” y fue publicado por el Fondo de Cultura Económica.
Es especialmente enriquecedor leerlo junto a otros títulos que también recorren ese territorio pero de forma más lúdica. Por ejemplo, “Lost in translation”, de Ella Frances Sanders, un libro álbum que lleva el subtítulo de “un compendio ilustrado de palabras intraducibles de todas partes del mundo”. Una pequeña maravilla donde aparecen palabras como “mamihlapinatapai” (en yámana) cuyo significado es “el entendimiento silencioso entre dos personas que están pensando o deseando lo mismo pero ninguno se atreve a expresarlo”. Unas páginas más allá está “Ubuntu” (bantú nguni) cuya traducción es “encuentro mi valía en ti y tú la encuentras en mí.”

Busco en mi biblioteca otro libro que entre en el juego. “El significado de Tingo. El excéntrico mundo de las palabras”, de Stephen Fry. Allí hay un poco de todo y uno puede descubrir expresiones como “iktsuarpok” (inuit): “asomarse a menudo a ver si viene alguien”; “ho´oponopono” (hawaiano): “resolver un problema hablándolo”; “samir” (farsi): “alguien que charla a la luz de la luna” o “melotot” (indonesio): “abrir mucho los ojos para mirar con fastidio”.
Por último, y para visitar lo propio, también podemos consultar el “Diccionario fraseológico del habla argentina”, de Pedro Luis Barcia y Gabriela Pauer y recuperar expresiones como “llegar con la lengua afuera” “pegarle una apretada”, ser un “caído del catre”, “servirlo en bandeja”, “tomárselo con soda” o “pedir cancha”.
Eugenia Almeida